UN ESPEJO DIFUSO EN LA IMAGEN DEL SALVADOR

lunes, diciembre 16, 2013

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«Aquella piedra que los edificadores les pareció desechar vino a ser la Piedra Angular, y es, al tiempo, una piedra de tropiezo y una roca que hace caer»

Primera carta de Pedro 2: 7-8



La  idea de parecernos a Jesús es un asunto que podría exceder nuestra comprensión. Yo considero que, parecernos al Señor, no se traduce como una alienación de seres con la misma manera de pensar y la misma forma de proceder frente a los procesos de la cotidianidad.  Para mí, sin lugar a dudas, parecerme a Jesús es parecerme al mejor modelo de mí mismo que Dios está dispuesto a formar.

No estriba todo esto en únicamente aprenderme los versículos de la felicidad y las canciones de Navidades alegres; ser como Jesús es ser yo mismo frente a mis propias limitaciones pero en su versión mejorada frente a la cotidianidad de la que hablé.

En este orden de ideas, parecernos a Jesús es, en el sentido estricto, una metáfora a nuestra humanidad, es un estándar inalcanzable en esta vida, teniendo en cuenta que él es el prohombre de la creación. Sin embargo, este prohombre nos muestra su humanidad desecha, y ahí, justo ahí, nuestros caminos se han cruzado y ahí podemos creer y confiar en Él.

VIENDO A DIOS

lunes, noviembre 25, 2013

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Como no hay espejos,
nos miramos las caras unos a otros para ver los frágiles que somos
y cómo vamos enfermando.
Danticat

He visto a Dios. Lo juro. Lo he visto tocarme, lo he visto sentarse a mi lado, lo he sentido cerca de mí. He visto al Jesús en el que creo: ese de la risa y el olvido1, el Jesús vivo, el de las acostadas tardes y las levantadas mañaneras.  He visto a Dios, lo sé. Y no lo vi cuando el predicador de turno me dijo, con aires de héroe épico, que cerrara lo ojos, que no lo viera a él, que mirara a Dios. No fue ahí cuando vi a Dios, porque me fue difícil mirar a Dios con los ojos cerrados y mi falta de imaginación, de vez en cuando.
Tampoco lo vi cuando muchos hablaban en Su nombre para darme bibliazos de moralidad cristiana, allá cuando mis fuerzas de la vida ya no daba un paso a la vez.

CARTA A UNA SEÑORITA EN SAN ISIDRO

jueves, agosto 29, 2013

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(paráfrasis)

Pero no le escribo por eso, esta carta se la envío…, me parece justo enterarla;

y porque me gusta escribir cartas, y tal vez porque llueve.


Cortázar


Me ha tocado mandarle esta carta, en vista de que nuestras vistas han sido escasas. Sí, ya sé que usted lidia con la Educación y eso requiere un esfuerzo mayor; sobre todo con esos niños que, uno no sabe, de dónde han salido. Puedo entender a plenitud su necesidad. Por eso le escribo esta carta, antes del mediodía, antes que el sol brille más y salgan las bestias defensoras de cosas que no hay que defender.

Aquella vez, no se lo he contado, ese compañero del colegio –a quien no veía hace tantos años, y cuyos pasos y voz me parecieron más lentos que mi recuerdo- seguía siguiéndome por todo el centro comercial. Yo ocupado en estar solo –ocupaciones trascendentales, ya me conoce- y él pisándome el ritmo de una conversación por la otrora vida. Pero me sorprendió con preguntas raras que hace la gente cuando uno ha olvidado el pasado, o cuando uno pretende que nunca existió y lo llena con memorias de hoy, que pueden ser más agradables; esos pensamientos de tolerancia y de aceptación que ahora arraigamos intentando y pretendiendo ser ‘los mejores’: “¿Todavía estás en eso del Cristianismo?”, me preguntó como quien guarda la esperanza de que haya sido una historia pasada.

UNA VERDAD A MEDIAS

martes, julio 23, 2013

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“Y contestándole Jesús le dijo: no puede nadie ir al Padre sino es a través de mí;
porque yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”
Juan 14:6

El hombre es un buscador de una verdad. Somos insistentes en buscar sentido a la realidad que vivimos. La Humanidad no cesa de encontrar pequeños aciertos que se constituyen en centro de su andar. Claro, estos aciertos no son la Verdad. Quizás son parte de la misma pero no es aquella que predomina de absolutismo. Mi verdad, por tanto, no es la verdad de aquel que no ha vivido en el calor inclemente de esta ciudad, o no ha visto un monocuco o una marimonda. Nuestras verdades distan, pero esto resulta por el afán de entender el porqué de nuestra existencia, de nuestro paso por esta tierra.
No obstante, la verdad no es la Verdad. La Verdad es abarcable, cognoscible, insuperable desde nuestro quehacer como seres humanos. Y es, al mismo tiempo, debido a las deficiencias de la misma, inabarcable e incognoscible porque no podríamos entender más allá de lo que Él mismo quisiera enseñarnos. Mi verdad no es la Verdad. Jesús como Verdad absoluta no puede ser envuelto en verdades a medias, a destellos de saberes, a pequeños componentes de realidad. Porque, también, nuestra realidad no es esa Realidad: inmarcesible, intachable, indescifrable. Y que nosotros –porque es la razón humana- minamos un camino de aciertos cortos, uno pegado al otro, uno mejor que el otro, como si la suma de éstos pudiera componer esa Verdad. Este Jesús cognoscible y abarcable se da en la medida de estas insuficiencias de limitación; así lo vemos, así lo vivimos.

LA MALDICIÓN DE LA LEY: RELIGIOSOS

lunes, junio 24, 2013

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 (pausa requerida)
“… Si yo expulso a los demonios por medio de Beelzebú,
 ¿los seguidores de ustedes por medio de quién los expulsan?” 
Lucas 11:19

     El gran problema de la humanidad es añadir más de lo que le piden, en un asunto tan vital como la salvación. Entonces viene aquél y el otro a decir que quienes no piensan como ellos es porque están cobijados por los demonios del infierno, y que el averno inspiró palabras para argumentar el libertinaje, acusando a más de uno –incluyéndome- de católicos reverentes en las libertades que, venido Cristo a nosotros, nos permite vivir.
       Y me suena a mí, reprendido con vehemencia por esos, que su religión de medioevo –o mediopelo, al caso es lo mismo- no les permite la autonomía mental para decidir claramente qué quieren o no en la vida. Y aunque su afán, supongo yo, responde a buenas intenciones, éstas no son del todo satisfactorias cuando de la ley se trata. Y, sin duda, por esconder las incapacidades de los requerimientos que nos exige la Santidad de Dios, terminamos recurriendo al maniqueo absurdo de lo que es bueno y malo; claro, siempre para el otro.
     Por ello, recuerdo las palabras de Charles Stanley cuando dice que la Santidad de Dios no se llena con hacer cosas, porque se minimiza ésta mientras se aumentan mis derechos morales. Y que la inclusión de la santidad del hombre, dentro de la Salvación, es restarle el énfasis al Creador. ¿Para qué carajos, entonces, murió Jesús? ¿Para qué si todo el tiempo de vida que me falta estaré en la penumbra incómoda de no saber para qué me sirve si tengo que aportar algo que, en definitiva, no contribuye a un Dios iracundo y tirador de rayos griegos?
        Si hay algo que dejó la ley, y el nuevo testamento descarga pródigamente, es una suerte de gente que no conocía a Dios, y les tocó recurrir a la penosa religión como único medio de supervivencia humana. Claro, digo conocer como si, de alguna forma, pudiéramos desde lo finito explicar lo infinito. Una religión que, desde este lado del trópico, no se ha podido quitar completamente, ni siquiera con cuatro idas a las playas de Salgar.

LA MALDICIÓN DE LA LEY: SANTIDAD

sábado, enero 26, 2013

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“Si pudieras ser el peor enemigo de Dios o nada, ¿qué elegirías?”

Chuck Palahniuk, El Club de la Pelea




Entonces, yo lo tenía de frente, y él, con buena intención, me preguntaba que qué hacíamos, pues, con ese requerimiento de Dios de ser santos como él lo es. Y yo le respondí con dos o tres cosas que creo. Sin embargo, en la oscura noche (oscura de pensamientos) iba pensando que, sin duda, es más fácil para alguien con un páncreas sano decirle al insulinodependiente que coma, con desparpajo, dulces. Que es más fácil para quien tiene dinero decirle al pobre que sea rico. Que es más fácil para el escritor decir al analfabeta que escriba. Y es más fácil, claro está, para Dios, tan lleno de inmutabilidad, de santidad y de perfección, que yo lo sea. Dios, sin sombra de mancha y marcador único de lo que es sagrado, nos impone la carga inútil e imposible de la Santidad.


Y el libro de Levíticos lo anuncia inclementemente: "Habla a toda la congregación de los hijos de Israel, y diles: santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios"1; y los cristianos hicimos nuestro un mandamiento que no lo era. Asumimos que si Dios lo ordenaba era común para todos aquellos a quienes intentamos tener comunión con Él. Y no fue así. Al vernos, en estos menesteres, cambiamos el sentido substancial de las palabras, y comenzamos a creer que la Santidad redunda en las cosas que hago o dejo de hacer, lo que visto o desnudo, lo que hablo o callo; en una suerte infinita de contrariedades y desigualdades, en donde se imponen cargas que ni siquiera podemos llevar2.


Y sé tajantemente que la Santidad de Dios le impide a Él mismo tener un margen menor para acercarse al Hombre; en otras palabras, es inútil lo que intentemos, por obra, para estar cerca del Creador, sobre todo porque la única vida que le podría agradar es la de Él.


Así las cosas, aquél  -el de la buena intención- me pregunta que qué hacemos con ese mandamiento que nos da el versículo. Y yo pienso que nada. Que es ineficaz, que es mal interpretado. Que está por encima de nuestras obras. Que es la Ley. Es el sano que le dice al enfermo que no lo sea, es el letrado que obliga a leer a quien no ha visto letras, el oyente que le grita palabras al sordo, el Dios inmarcesible que reclama a una Humanidad atrofiada.



Aun así, lo que traducimos en nuestra mente como un mandamiento, a mí me suena como un regalo genuino de lo que Jesús hizo por nosotros. “Sean santos porque Él es santo”, nos dicen en la aporía. “Sean santos” dice Dios, y no me suena a mandamiento. Lo escucho, lo sé, lo siento, como una propuesta de creación profunda que el Hombre no puede lograr3. Lo veo como un regalo invariable en nuestro ser, es el anuncio de lo que se origina en el interior. “Sean santos”, dice Él porque sabe que no podríamos serlo sin que lo ordenara por medio de sus labios. Y lo somos, lo escucho dentro de mí,  lo sé. Él lo anunció y Cristo, estándar de lo sagrado, hace el resto. 




 1.   Levíticos 19:2     

 2.  Lucas 11:46 
 3.  Así como Dios ordena cosas por medio de su Palabra, según el relato del Génesis (Por ej.: 1:3), así creo que este versículo, en La Gracia, es imperativo a nuestro Hombre Interior, y que ocurre algo que está fuera de la lógica y del poder del Hombre: Jesús clonado en cada uno de nosotros