“Y contestándole Jesús le dijo: no puede nadie ir al Padre sino es a
través de mí;
porque yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”
Juan 14:6
El hombre es un buscador de una
verdad. Somos insistentes en buscar sentido a la realidad que vivimos. La Humanidad
no cesa de encontrar pequeños aciertos que se constituyen en centro de su
andar. Claro, estos aciertos no son la Verdad. Quizás son parte de la misma
pero no es aquella que predomina de absolutismo. Mi verdad, por tanto, no es la
verdad de aquel que no ha vivido en el calor inclemente de esta ciudad, o no ha
visto un monocuco o una marimonda. Nuestras verdades distan,
pero esto resulta por el afán de entender el porqué de nuestra existencia, de
nuestro paso por esta tierra.
No obstante, la verdad no es la
Verdad. La Verdad es abarcable, cognoscible, insuperable desde nuestro quehacer
como seres humanos. Y es, al mismo tiempo, debido a las deficiencias de la
misma, inabarcable e incognoscible porque no podríamos entender más allá de lo
que Él mismo quisiera enseñarnos. Mi verdad no es la Verdad. Jesús como Verdad
absoluta no puede ser envuelto en verdades a medias, a destellos de saberes, a
pequeños componentes de realidad. Porque, también, nuestra realidad no es esa
Realidad: inmarcesible, intachable, indescifrable. Y que nosotros –porque es la
razón humana- minamos un camino de aciertos cortos, uno pegado al otro, uno
mejor que el otro, como si la suma de éstos pudiera componer esa Verdad. Este
Jesús cognoscible y abarcable se da en la medida de estas insuficiencias de
limitación; así lo vemos, así lo vivimos.