Como no hay espejos,
nos miramos las caras unos a otros
para ver los frágiles que somos
y cómo vamos enfermando.
Danticat
He visto a Dios. Lo
juro. Lo he visto tocarme, lo he visto sentarse a mi lado, lo he sentido cerca
de mí. He visto al Jesús en el que creo: ese de la risa y el olvido1,
el Jesús vivo, el de las acostadas tardes y las levantadas mañaneras. He visto a Dios, lo sé. Y no lo vi cuando el
predicador de turno me dijo, con aires de héroe épico, que cerrara lo ojos, que
no lo viera a él, que mirara a Dios. No fue ahí cuando vi a Dios, porque me fue
difícil mirar a Dios con los ojos cerrados y mi falta de imaginación, de vez en
cuando.
Tampoco lo vi cuando
muchos hablaban en Su nombre para darme bibliazos
de moralidad cristiana, allá cuando mis fuerzas de la vida ya no daba un paso a
la vez.