Nos tocó una religión violenta. Algo
así te dije, mi amigo: nos tocó lidiar con una religión que asumía un dios
inconcluso y amador de sangre derramada. Sí, ya sé que en otro tiempo, amigo
amarronado, pude creer estas verdades; incluso, afirmé con vehemencia su
irrefutable certeza. Sí, ya sé también, mormón extraviado, que por años se
enseñó eso, porque nos era más fácil para todos asumir una paga por los errores
que comentemos.
Es por ello, acompañador de perros
calientes, que ese día, en aquel bus de regreso a casa –y no a la realidad-, te
dije que los “cristianos” parecían que le hicieran un culto a la sangre, a la
violencia, a la venganza y a la guerra. Y yo te dije, con cortas palabras, que
no creo que ese sea el dios de Jesús: ése es el dios de la religión que nos enseñaron.
Porque sí y, por supuesto: la
visión de los hagiógrafos no es, por regla simple, lo que es Dios. Ya se me
juzgará de juzgar la autenticidad de la inspiración divina. Y te diré que, en
la penumbra de mi tormenta, en el silencio de los pájaros en el día y en la
lluvia que cae sobre mi mente, poco o nada me importa los ataques religiososangrientos de los demás. Sin
temor a dudas, el dios de las venganzas y las muertes no es el dios de Jesús.
Y es que, estimado hermano mayor
del Chimila1, el centro de nuestra predicación ha sido la cruz: ese
pedazo de madera manchada por la sangre, pero donde se resaltó la muerte sobre
la vida: Un dios que venga mis fracasos sobre la muerte de un inocente. Un dios
que se separa de sí mismo para vengar mis pecados. Un dios anunciado desde
Sinaí que es intolerante, intransigente, vengativo, castigador e, incluso,
malvado para alguien como yo.
Nos tocó una religión que resalta
más la muerte del inocente, y que, por más que quiera, al anunciar que han sido
pagados mis errores, me los tiran en cara todo el tiempo, me golpean con ellos,
me asustan debajo de la sábana, me vomitan sin piedad, me sentencian mi
injusticia, me arropan con la muerte. Una religión que no es, ni tiene que ver
con Jesús.
Jesús, por el contrario, vivió para
vivir, si me permite decirlo, otrora amado compañero de gimnasio. Vivió para
dar vida, y para resaltar la vida sobre la muerte. El “se hizo carne” manifiesta el interés por la vida: su encarnación
da cuenta de esto, su humanidad trasciende. Mi reconciliación está dada en su
vida, nunca en su muerte. Su sangre derramada no me reconcilia más de lo que su
sangre no derramada lo hizo en su andar en este planeta.
Así las cosas, la muerte en la
cruz, no es sólo una parada de un dios que pone nuestros pecados en él; es, más
bien, el tránsito donde se resalta mis errores que pasan por alto, donde muero
sin morir. Y donde Dios prefiere el perdón y la resurrección de mis fallas.
Porque, excompañero de estudio, para quienes creemos en la Resurrección, ésta
es la evidencia fehaciente que la muerte no era el mensaje del Salvador. Que la
muerte en la Cruz alcanzó su cenit cuando se nos concedió un perdón de Dios,
pero que la vuelta a la vida del Salvador,
arremete contra ese dios justiciero, y lo sepulta, no en una tumba de resurrección,
sino en una irremediablemente imposible de ser rescatada.
1. Los chimilas son una
comunidad indígena. Su nombre, en su lengua, es Ette Ennaka.