«De
esforzar tus palabras, tu amor, ¿para qué? Si aun así te vas».
Canción
desesperada
Porque bajo la promesa de
sus palabras, yo esperé. Esperé en medio del valle de muerte y esperé en alguna
que otra pradera. “Nada me faltaría”, dije pensando en el buen pastor que daba
su vida por mí; el buen pastor que deja a las 99 y va a mi encuentro. Quien
adereza mesa delante de mí en la cara de mis angustiadores.
Porque yo me creí esa una que huye, se pierde, se descarrila
del camino, y espera a que el pastor llegue a su encuentro. Yo me identifiqué
como esa una extraviada del redil y
que caminó sin rumbo fijo… y ahora espero que el pastor me busque como dijo que lo
haría.
Yo he sido esa una restante por el que Él va al
encuentro.
Pero no lo veo ni en el
horizonte, ni en la cercanía, ni en las estaciones de la vida, ni en la aurora
diaria. No lo veo aunque lo espero, no lo veo a lo lejos, detrás de un árbol,
esperando el asalto para la sorpresa de que siempre ha estado allí. No lo veo
bajo el cielo donde todo es nuevo
bajo él. Mis ojos no lo ven escalando las montañas que nos separan, ni el muro
que prometió derrumbar.
Pero me he puesto a
pensar que tal vez no sea esa una oveja que
se pierde, sino que estoy entre esa multitud de noventa y nueve que no parecen darse cuenta de que algo falta. ¿Y
si estoy entre esas 99 y por eso no ha venido a mi mirada? ¿Dónde estás, Pastor
de las 99? Dejaste a las 99 por buscar una. Aquí estoy, aquí estamos, unos
juntos a otros, hombros con hombros. Nos creemos seguros sin ti, hasta que nos
damos cuenta de tu ausencia. ¿Con quién nos dejaste para buscar a la que falta?
¿Por qué no nos llevaste contigo? ¿Dónde estás cuando no estás?*
*Valzura, E.
*Valzura, E.