PAGAR EL PRECIO DE LO QUE NO PAGUÉ

sábado, abril 26, 2014

He decidido no pagar más el precio. Venga y le explico, venga y le cuento qué creo ahora. Sí, claro, siéntese y escúcheme: he decidido no pagar más el precio.

La historia comenzó cuando aprendí, de muy buena gana, que aunque la salvación estaba disponible para todos, y que ésta se accedía a través de la fe, no era más que una quimera, y un aviso mortuorio de un quehacer infinito de cosas que nada tenían que ver con la Gracia.

Sí, claro, la Gracia: ese don inmerecido y que manifiesta la incapacidad del ser humano por estar cerca de Dios.  De eso, aprendí, qué era la Gracia. Creo que eso me lo entiende con facilidad, lo noto en su cara.

Sin embargo, luego de tomar la Gracia por la fuerza, y creer en el poder de la misma, me enseñaron que, de ahí en adelante, todo costaba: la unción, la gente, el discipulado, la vida, la familia conversa, la prosperidad, la estabilidad emocional, los dones, el ministerio. Y si bien, todas estas cosas no son fáciles de asir, me hicieron responsable, a punta de largas jornadas de oración y de lectura bíblica, la posible realización y consumación de éstas. Me hicieron un deudor a Dios por estas cosas, que yo lo pagaba a costilla de mí mismo. 

“Hay que pagar un precio”, me dijeron enfáticamente. Y yo pensé, tristemente, que mis 5 minutos sinceros y cortos de oración no eran suficientes para ser próspero. O que mi incapacidad de lectura comprensiva bíblica me hacía inmerecedor de lecturas acerca de Dios. ¡Oh no, por favor, no me haga ese gesto! Prometo terminar mejor.

Y entonces yo decidí pagar el precio de una unción, hacerlo porque había que hacerlo, porque Dios así trabajaba o, de esta forma, daba las cosas difíciles de la vida; porque, después de todo, lo más fácil era ser salvo.

Y cuando me estrellaba con una realidad donde mis oraciones nunca son absolutas para volar encima de las nubes, o las trasnochadas de adoración eran insuficientes para caminar encima del mar, o mis aprendizajes memorístico de Juan 3:16 no me alcanzaba para que mi sombra sanara la penumbra de los árboles, me di cuenta que no hay nada que yo pueda hacer para pagar algo que Él me ha dado por Gracia.

Si lo más fácil es ser salvo, como se dice por ahí, entonces, de ahí pa’bajo no hay algo que Jesús no haya cautivado y alcanzado por mí. Y que no le echen la culpa a mi improductivas oraciones tristes, o a mi voz desafinada en la adoración, o a mi miopía lectora de por qué no he conseguido otras cosas; porque pienso, después de todo, que hubo un Gran Precio que pagar –como de salto de aquí a la luna-, y Él lo hizo por mí.

Buenas noches, mientras se toma el café que le brindé.


1 comentarios:

Steven Manduca dijo...

Llorame LLORIMBER. =)

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