Lejos donde caen los valientes

domingo, octubre 16, 2016

Me había dicho que la vida le dolía: “me duele la vida”, fueron sus palabras, queridos amigos, y sé qué es que la vida duela. Y duele porque se nos agotaron las esperanzas sobre el nochero. Se nos inundó el cuarto de las aguas de la ausencia. Sí, porque fue una Ausencia lo que se aproximó; es una especie de Dios que se aísla y que se manifiesta con Presenciasausenciaspresencias. La vida le duele. Y también le arde. Le arde abrasada por las sin respuestas del Más Allá; le arde sobre el tejado de los porqué; encima de los dolores naturales de las enfermedades. Le arde y no hemos encontrado la cura para la quemada vacía.

Amigos, a mi amigo le duele la vida. Y no es algo que hemos podido superar. A él le duele, a mí, al resto, a los demás. Nos duele porque no nos alcanzó el versículo memorizado para pelear en contra de las sinrazones. Y nos duele, mucho más, con las esperanzas falsas que nos vendieron que no pretendían mostrarnos a Jesús.

Porque a este Jesús, estimados, también le dolió su vida sobre el Jardín hacia la Muerte. Un llanto seco de “pasa de mí esta copa”, mientras caían las lágrimas de sangre desde la frente. Y no han pasado las copas del sufrimiento por existir, ni allá lejos, donde caen los valientes y los cobardes, ni aquí, donde el interior se debate entre la vida y la muerte.

"Me duele la vida", me dijo una vez, y no tuve respuestas, ni humanas ni teológicas para consolar lo inconsolable: una vida que duele.

"Me duele la vida", y no sé cómo se hace para que la gente no le duela los pasos sobre el camino.


"Me duele la vida", y yo lo entiendo porque sé qué es eso, en mi vida, en las calurosas mañanas de Barranquilla.

1 comentarios:

Emmanuel Villegas dijo...

Entrando por vez primera a esta caverna, ¡qué raro! No hay oscuridad que lo rodea todo, simplemente un rayo de luz iluminando el dolor.

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